Quién Soy

Se podría decir que soy como ese fantasma de las Navidades que viene a dar por saco, aunque a mí me gusta verme como una “localcoño” (sí, soy muy mal hablada y mis palabras no son para todo el público).

Durante muchos años he vivido queriendo ser alguien normal, una cuerda más, como todos o casi todos supongo; y el daño que me hacía para intentar lograrlo era enorme (y recalco “intentar” pues nunca lo logré). Pero un día, bueno un año, me di cuenta de una cosa: la cordura, estar cuerda te ata (sin ir más lejos la palabra cuerda se define como objeto que se usa para atar o sujetar cosas). Estar cuerdo implica estar atado, estar sujeto. Y luego buscamos pregonar la libertad por encima de todo. No tiene mucho sentido, ¿verdad?

Yo tampoco lo encontré, así que hice lo más lógico y corté con esa falsa normalidad para convertirme en una “sin cordura”: sin cuerdas que me aten.

Aun así, mi historia no comienza cuando corté las cuerdas, sino que empieza en ese año en que me di cuenta de que la cordura sonaba demasiado a cuerda: el año en el que morí.

Mi Historia

Mi memoria no es muy fiel consejera, pero desde pequeñita siempre he sido un culo inquieto, cotilla y preguntona. Al principio era por placer, por el mero marujeo; pero llegó un punto en que lo hice, bueno, lo hago por necesidad. La información es poder, como se suele decir, y yo quería tener ese poder para protegerme. Como escritora, desde siempre he vivido rodeada de libros y, desde que tengo uso de recuerdos escribo, pero nunca fue sustancial hasta este año tan marcado:

Mi historia en sí comienza en un entorno donde la excelencia laboral pisa y aplasta cualquier atisbo de ética moral. “Pisar o dejarte pisar” es el lema compartido tanto por profesores como por alumnos. (Estoy generalizando bastante, no lo voy a negar, pero solo 1 de cada 20 se puede salvar de esta premisa). Allí todo eran palabras bonitas, qué más da lo que se diga si la punta del cuchillo ya tenía el blanco fijado: tu espalda. Pese a esto, no les puedo quitar que decían la verdad, te preparaban para la vida, el trabajo y la adultez de esta sociedad llena de cuerdos… Si es que logras salir vivo. (Yo no lo hice).

Este es ese año, el gran año: el año en el que morí (metafóricamente hablando). No es necesario dejar de respirar para sentirse muerto, creedme. Fue hace ya un tiempo, mi último año en ese lugar. Llevaba desde 4.º de primaria sufriendo cualquier ataque psicológico que uno puede pensar por parte de una compañera y sus cómplices (claramente nunca físicos, porque a ver quién tiene el valor de dejar huella en la piel). Tengo cicatrices aún de lo ocurrido, no lo voy a negar, pero son de esas que no se ven y que se tipifican como “trastorno mental” (lo dicho, soy una loca, una trastornada). Antes de ese año sobrevivía como podía (siempre sobrevivir), no recuerdo si algún día realmente viví, pero ese último año ni siquiera logré hacer eso y me rompí. Fue una explosión de aúpa, me llevé unas cuantas cosas a mi paso y tengo claro que algunos trozos no van a regresar.

Bueno, vamos a lo importante: los adultos o líderes de ese lugar se dieron cuenta de que yo no me callaba (ni lo iba a hacer), es más, estaba animando a otros en mi situación a gritar y, si no se puede silenciar a alguien, hay que lograr que nadie lo escuche. Eso hicieron. Y lo hicieron de puta madre: los pocos apoyos que tenía se fueron por miedo a represalias, los profesores catalogaron lo que ocurría como “Maux d’enfants” (hablar de acoso no queda bien en la reputación) y yo dejé de ser persona para convertirme en un problema a resolver en todos los lugares, incluso en casa e incluso conmigo misma lo era. No sabía qué había hecho mal o qué fallaba en mí para que me pasase eso (bueno, el típico diálogo interno y a veces externo de buscar causas que justifiquen a los gilipollas). Solo me quedaban dos cosas: mi mala hostia natural (mi luz ya casi extinta) y mi voz.

Al final ambas se fueron. Yo misma apagué mi vela interna, mi fuerza, pues quería dejar de sentir. El dolor era tan intenso, los sentimientos de culpa, vergüenza, impotencia e incomprensión eran tan fuertes que me sobrepasaron y necesitaba que todo cesase aunque fuese por unos segundos. Y luego mi voz, también dejé de gritar, para qué dejarse las cuerdas vocales si ni siquiera mi propia psicóloga me escuchaba.

Era un problema a resolver; el gran enigma. Cada uno buscaba una solución: los profesores negando la situación y poniéndome de inestable, demasiado emocional; los compañeros alejándose para que no les salpicase y mostrándome como una exagerada; los profesionales diciendo que tenía que controlar mis emociones (Con-tro-lar las emociones… Pues que me avisen cómo se hace y ya de paso que controlen también los desastres naturales (emoji de guiño)), en casa también se echaban las manos a la cabeza, tiraban a gente de fuera y volaba la mierda para ver quién resolvía antes la incógnita que era mi persona. Llegó el momento que yo también decidí buscar alguna solución (mis soluciones suelen ser una puta basura y esta vez apunté algo en la escala de malas ideas). Empecé a pensar: si yo soy el problema, sin mí se acabó el problema. Rápido y sencillo. (Ya he dicho que era una solución de mierda).

Por suerte opté por no dejar que ellos ganaran (mi mala hostia apareciendo como siempre), pero fallé en una cosa: no me quité la vida, pero sí me maté.

Me convertí en un fantasma viendo la sociedad desde arriba, observando patrones, estudiando a todo el mundo, pero sin volver a interactuar con él.

No había vuelto ni a plantearme intentar reinteractuar, ahora tampoco es que lo haga mucho, pero mi voz y mi luz volvieron con mis libros, volvieron con Sálvame… de mí mismo. Mi yo de 14 años había sido lista y las había escondido ahí entre las líneas. Por eso yo escribo, por eso hago esto.

Nunca dejéis que os quiten vuestra luz y vuestra voz.

A día de hoy tengo secuelas de lo ocurrido. Todo me parece un HAKUNA MATATA falso, el cuchillo ya sabe dónde debe ir a clavarse si es necesario, la podredumbre de lo que yo conocí ya la tengo metida en los ojos y puede que nunca tenga una historia de cuentos de hadas, pero enseñaré al destino quién de los dos manda. Qué mejor que ser escritora para escribir un nuevo final. (Exterminaré la cordura de la raza humana MUJAJAJAJAJA).

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